Banner_matamala-POST
Hubo un tiempo en que tres brochazos verticales (azul, amarillo y rojo) eran sinónimo de libertad. El PPD, el partido instrumental creado para ganarle el plebiscito al dictador, nació con un espíritu libertario, creativo, renovador. Contra la pesada grandilocuencia de la izquierda tradicional, el Partido Por la Democracia presentaba un logo creado por el pionero de la performance en Chile, Carlos Leppe, y un discurso que enfatizaba temas hasta entonces despreciados por light: la cultura, la ecología, el feminismo y la llamada «agenda valórica».
«El partido se erigió como un partido cercano y pionero en la lucha por los derechos ciudadanos, conminando a los espectros políticos de la época a terminar con cualquier tipo de censura», recuerda la historia del PPD en el sitio oficial del Congreso Nacional.
¿Se acuerdan? Era una época en que la jerarquía de la Iglesia Católica, y entes oscurantistas como el Consejo de Calificación Cinematográfica y el Consejo Nacional de Televisión (CNTV), seguían empeñados en decirnos a los chilenos qué música podíamos escuchar, qué televisión podíamos disfrutar y qué películas podíamos ver.
El partido del logo con los tres brochazos era el más tenaz adversario de esas decisiones cavernarias. Dio, en esos años, una batalla por las libertades individuales de la que puede enorgullecerse.
Por eso, la ironía histórica no puede ser más exquisita. Es ahora el mismo PPD el que recurre al CNTV, exigiéndole usar el poder del Estado para censurar una obra artística.
A través de una carta oficial, el PPD le pidió al CNTV que «adopte las medidas necesarias»  y «evite el uso de nuestro logo y sigla institucional en la serie televisiva Bala Loca».
Bala Loca debutó este domingo en Chilevisión y ha sido inmediatamente elogiada como una de los mejores producciones audiovisuales del año. Pero el PPD, en vez de celebrar que la TV chilena entregue un producto de calidad, anclado en temas de contingencia e interés social, pide que la pesada mano de la censura estatal se deje caer sobre los creadores de este espacio.
Sí, es el mismo PPD que, en  el punto número 5 de su Declaración de Principios (ver aquí), proclama que «promueve una cultura libertaria (… y) el rechazo a la censura». Una declaración aprobada en 2012, en la cual aparece la firma de Luis Matte, el mismo tesorero que pidió fondos a la empresa del ex yerno de Pinochet, Julio Ponce Lerou, para pagar las cuentas del partido.
Y en ese cruce radica la tragedia del PPD, el partido que nació para derrotar a Pinochet y terminó mendigándole dinero a su ex yerno. Que nació para que floreciera la creación artística y terminó pidiendo censura. Que partió crítico al poder y derivó en pedir que se acallara a esos críticos.
Dice el presidente del PPD, Gonzalo Navarrete, que si se usara el logo de Coca-Cola o de una isapre en la serie, esas empresas protestarían. Tiene razón. Pero precisamente el punto es que el logo y el nombre de un partido político no son (¡no deberían ser!) equivalentes a los de una gaseosa o una aseguradora con fines de lucro.
Tampoco tiene sentido reclamar que otros partidos no aparecen aludidos (cosa que, por lo demás, no sabemos. La serie recién está comenzando). «Vulnera el pluralismo, al vincular únicamente a esta organización con hechos ficticios asemejados a conductas poco éticas», reclama el PPD al CNTV.
Vaya concepto del pluralismo. Tanto se acostumbraron la Concertación y la Alianza a cuotearlo todo, que ahora quieren cuotear hasta las condenas judiciales (queja recurrente de la UDI) y los personajes de las series de televisión.
La ficción interpela la realidad. No hay nada nuevo en ello. En House of Cards, Frank Underwood es militante del Partido Demócrata. Y si nos vamos mucho, mucho más atrás en la historia, en «Las Nubes» Aristófanes alude a su adversario Sócrates. No por casualidad los inventores de la sátira son también los inventores de la democracia. De las dictaduras no esperamos sentido del humor ni tolerancia a la crítica. De un Partido Por la Democracia, sí.
Al apuntar a una serie de TV como la responsable de su desprestigio, el PPD equivoca el balazo. Al ponerse del lado de la censura, termina de desteñir el poco color que le quedaba a los tres brochazos de su logo. Y gatilla una bala loca que impacta directo al corazón de los principios que proclama.